Tres conversaciones, con tres personas distintas y en tres contextos distintos he tenido en los últimos meses sobre la posibilidad de mantener la privacidad individual en la red. En todos los casos, creo que confundimos las redes sociales con la privacidad, cuando estando o no en ellas, la huella de información que dejamos como individuos es muy amplia e incluso sorprendentes para los que no lo conocen.
Creo que es evidente que la digitalización de la información en todos los ámbitos, más allá del uso que hagamos de la red, hace que nuestros datos aparezcan en los buscadores o en registros informáticos no indexados. Sin embargo, la información, aunque no se presente en los buscadores, existe y puede ser usada (y es usada) con las distintas limitaciones que cada base de datos tenga por motivos legales. Como ejemplo, la información que tiene Hacienda de nosotros es muy amplia pero solo es utilizada para un fin concreto. En esta entrada, y las dos siguientes que publicaré más adelante, me gustaría dejar patente que el concepto de privacidad no es real, es difícilmente conseguible e implica abandonar ciertos servicios y productos que entendemos como gratuitos.
Tenemos que comprender que la privacidad debe entenderse en dos aspectos generales. Una visión individual o aquella información personal que existe digitalizada y disponible. Y otra que es la visión “cluster”, es decir, toda esa información individual que permite incluirnos en grupos homogéneos de intereses y gustos similares y que son usados por las empresas para ofrecernos un servicio más personalizado.
En esta entrada trataré de este segundo, mucho más global y más fácil de usar por las empresas y que, de manera general, es la que entendemos por privacidad.
Desde el uso de las redes sociales, las páginas que visitamos, las búsquedas que realizamos, el uso de la tarjeta de crédito, los programas de fidelizacion de las empresas y el uso de los smartphone, todo deja una huella digital que puede ser usado para identificar nuestros gustos y ofrecernos servicios de valor añadido. Sin embargo, no deja de ser una invasión consentida de nuestra intimidad, donde, como leí hace poco:
Cuando un servicio es gratis,
el producto eres tú
De este tipo de recopilación de información, sin duda, los grandes expertos son las empresas de distribución, bancos, telcos y las que venden de publicidad segmentada (incluido aquí las redes sociales). Estas últimas, especialmente las online, se merecen una entrada propia por el alcance y problemática que tienen.
Pero pongamos un ejemplo poco conocido. Las grandes superficies, con sus tarjetas de fidelización son capaces de conocer exactamente que productos compramos. Así tienen la opción de ofrecernos ofertas personalizadas simplemente asociando nuestro perfil de compra a otros similares (cluster). Sin embargo, puede ir más allá a través de estos patrones como estimar ingresos medios, tasas de ahorro, número de miembros, edades, etc… No digo que lo hagan todos pero algunos si soy conocedor de que lo hacen y bastante bien. A través de estos patrones y su evolución son capaces de conseguir una información muy relevante para sus campañas de marketing y conseguir identificar a cada comprador.
Un modelo similar puede ser usado por la banca. Y más cuando se unen las grandes cadenas con tarjetas bancarias. Este tandem permite conocer con una exactitud muy alta patrones de consumo, datos sociodemograficos, datos laborales, etc… complementando perfectamente los anteriores y aumentando el abanico de información con la que segmentarnos.
¿Es una invasión de la intimidad? En principio, hemos dado nuestro consentimiento pero el alcance de este acceso es poco conocido y tengo la sensación que no somos conscientes de la información que manejan.
Ahora bien, esta información puede ser analizada de manera individual. Imagínate si compras en una gran superficie y pagas con una tarjeta de un banco, el volumen de información que pueden disponer sobre tu vida, es enorme. Es verdad que la capacidad de explotar la información ha sido, hasta hace pocos años, la limitación real pero con las arquitecturas de bases de datos nuevas (el famoso bigdata) ha hecho desaparecer esta limitación y se ha desorrollado la capacidad suficiente para este análisis.
En la siguiente entrada os contaré cómo funciona esta captura con el uso de smartphone, ordenadores, buscadores y redes sociales donde el número de registros se multiplica hasta volúmenes insospechados y la información que se puede capturar es global.
Con esto, tenemos que reconocer que nuestra “huella digital” no solo debe entenderse como lo que dejamos escrito en un entorno digital, más, hay que contar con la posibilidad de que empresas puedan digitalizar nuestra actividad diaria y vincularla a nosotros.
En el fondo, hay que entenderlo como que vendemos o regalamos nuestros datos a empresas para conseguir a cambio algún servicio o descuento. Pero no es gratis, es a cambio de nuestra información.
Continuará…