Llevo tiempo sin escribir. Quizás sería mejor decir sin publicar. Y es que no me apetece, así de simple. Estoy desanimado y, por qué no decirlo, triste. Los últimos meses me han quitado las ganas de escribir porque, optimista como soy, no le he visto el lado bueno por ningún lado.
La situación de Cataluña ha sido un jarro de agua fría. ¿Por qué? Simplemente porque no soy capaz de comprender cómo una sociedad moderna, europea y democrática cae en los mismos errores del pasado. Y no solo Cataluña, porque no es un error sólo de allí, es un drama colectivo de la sociedad Española y Europea. Esta vuelta a los nacionalismos más rancios, oculto tras una postverdad denominada derecho democrático y promovido por partidos que se consideran de izquierda es un paso atrás enorme, algo inexplicable para mí. Trump, Brexit, Le Pen y añado el nacionalismo Catalán al grupo, ejemplos del populismo moderno, la postverdad y la manipulación de masas, esa nueva vuelta de tuerca del marketing político.
España es autodestructiva, de etiquetas o de colores. Siempre dividida. Pero, iluso de mí, siempre pensé que era algo asociado a las generaciones que han vivido una dictadura y difícilmente pueden olvidarse de ella. Y siempre pensé que los jóvenes, niños de la democracia, no permitiríamos nunca un paso atrás. La libertad y el Estado de Derecho se gana cada día, con pequeños cambios, no con revoluciones. Siempre pensé que nunca permitiriamos que nos dividieran otra vez hasta este extremo. Siempre pensé que por encima de todo estaba la convivencia pacífica.
Pero esta democracia nuestra, como todas, es frágil. Las sociedades dudan ante los conflictos no claramente violentos y esperan una resolución sosegada. Y quizás, a veces, no hay que esperar y tenemos que ser más contundentes en la defensa de las libertades y nuestro modelo. Porque, en el fondo, lo que está en juego es el derecho de todos a conocer cuál es nuestro marco de referencia, nuestro presente y nuestro futuro.
Las democracias son, por definición, el sistema político más aburrido y lento que existe. Los cambios llegan de manera pausada, predecible y tras largos consensos. No son entornos abruptos, más, los momentos de rápido cambio son siempre malos. Pero además se caracterizan por “saber perder”, asumir que son las mayorías quienes deciden pero dentro de ese marco conocido que sirve de referencia, las leyes, que pretenden proteger a las minorías. Y estamos demostrando que, parte de la sociedad, ni sabe perder ni sabe esperar. Como niños malcriados, lo queremos ahora aunque no se pueda sin medir las consecuencias, sin racionalizar las repercusiones.
Lo que ha pasado y pasa en Cataluña es dramático. Un presidente que decide qué leyes se aplican y cuándo, un parlamento divido en dos que decide aprobar leyes a sabiendas que son ilegales y una sociedad igualmente dividida ante un tema tan relevante como la destrucción de todos los derechos actuales para crear unos nuevos sin seguridad de ningún tipo. Y todo esto, apoyado por personas que creen que existe un “derecho democrático” a hacerlo cuando no hay ejemplo menos democráticas que lo que hemos visto. Y con unos límites a ese “derecho democrático” que se definen a la carrera, en cada momento y para cada situación, eliminado la función de interpretación de las leyes al poder judicial. “El que más grita no tiene más razón” nunca lo olvidemos.
Y no es solo economía lo que está en juego, que se ha evidenciado que así es como muchos adelantábamos, si no los derechos y libertades de los ciudadanos Españoles, incluido los Catalanes. El derecho a vivir en una sociedad esperable y aburrida. De ir mejorando poco a poco pero con una convivencia pacífica y tranquila como derecho fundamental. Esa convivencia pacífica como pilar central que tanto ha costado conseguir. En definitiva, Paz.
Creo que nadie debe dudar ya que para conseguir su objetivo de independencia, si hubieran tenido que hundir económicamente al resto de los ciudadanos Españoles, lo hubieran hecho. Forzar, esa palabra tan repetida. Forzar la negociación cerrando la frontera, no reconociendo la deuda o cualquiera de las herramientas que tenían en la recámara. Destruir el futuro de generaciones. Ese era parte del plan.
Sin embargo, las democracias son lentas pero tienen muchas herramientas para protegerse cuando se ven “forzadas.” Y cuando empiezan a moverse es muy difícil pararlas. Esas herramientas se pueden dividir en dos, la capacidad para hacer cumplir la ley y ese recurso que el Estado tiene en exclusiva en democracia, el “uso de la violencia.” La violencia es la última opción, proporcionada y limitada, pero tiene derecho a usarla dentro de los límites que le impone la ley. O dicho de otro modo, a las democracias no les gusta usar la fuerza pero si se ve acorralada la desplega con legitimidad.
Leía, no sé en que periódico, que dos veces los Mossos, con Trapero al frente, le recordaron a Puigdemont que no contara con ellos fuera del marco Constitucional. La segunda, pocas horas antes del DUI, o lo que fuera esa pantomima. ¿Y si le hubieran dicho que sí? O más todavía, ¿por qué un cuerpo policial tiene que recordar que acataran la ley? ¿Es necesario recordarlo? Quizás así se entienda porque no está detenido, quizás le debemos más de lo que sabemos.
Y quizás sea una sensación mía pero creo que hemos estado en una situación crítica que ha rozado el drama. Pero la democracia ha ganado, sin duda. No ha sido Rajoy ni el PP ni ninguna ideología, ha sido la sociedad y la democracia. Y aunque estoy convencido que ganará siempre, me desanima cual será el precio que tendremos que pagar por ganar. A qué limites quieren “forzarnos” a que lleguemos, qué consecuencias tendrá en la convivencia o quiénes serán los perdedores reales de este momento.
Y no, me da exactamente igual que nuestra democracia sea imperfecta y que nuestra sociedad tenga fallos. No hay excusas. Si queremos una democracia y sociedad perfecta, luchemos, negociemos, consensuemos, avancemos y convenzamos. En democracia no hay atajos, esos se usan en otros modelos que nunca son de éxito.
Mientras vivía intensamente la crisis Catalana, solo pensaba en mis hijas, en el riesgo para su futuro, en las oportunidades que les querían robar y en su derecho a que le dejemos una sociedad mejor, más justa, más libre, más abierta y más democrática. Y por ellas y por el resto de chavales que tienen una vida por delante, debemos asegurárselo. Nadie tiene derecho a robarles su futuro.
Felicidades Pedro, no te desanime y sigue, tus post son buenos, reflexivos, con datos y en un talante siempre correcto, un abrazo y feliz año 2018 lleno de post en tu blog ;-). Anselmo Sánchez
Muchas gracias Anselmo!!!
Seguiré, sin duda. Y ahora con más ganas de poner el sentido común por encima de las ideas preconcebidas. Personas como tú son las que animan a no dejarlo.
Un abrazo y Feliz 2018
Un análisis exacto de una situación que nunca se tendría que haber producido.
No lo dejes, no obstante me parece del género bobo no dormir por un conflicto territorial que acontece en tu país, y hacerlo a pierna suelta mientras la derecha más rancia recorta derechos ganados legislatura a legislatura a esos mismos ciudadanos mileuristas que les vota… Las dos Españas siguen ahí, desgraciadamente, gracias a lo que fue más una traslación, del poder se entiende, que una transición…
Muchas gracias por el comentario. Así es, nunca debería haberse producido.
Gracias por el comentario.
Es que no es parecido. La reversabilidad de las acciones, el impacto a largo plazo, los riesgos que conlleva y la fractura social que genera no son ni parecido. Podemos estar de acuerdo o no con las políticas del actual gobierno pero compararlas es un error, al menos desde mi opinión. Otro gobierno vendrá que cambiará las políticas actuales en función de lo que crea conveniente pero la fractura social en cataluña no se repara con un nuevo gobierno. Por no decir que no hay nada más antisocial que los pasos que se estaban dando en Cataluña y sus repercusiones. Verlo como una contraposición al gobierno actual no deja de ser una manipulación de la realidad.